lunes, 15 de septiembre de 2014

Lucas 7: 1 – 10

Cuando termino de enseñar el pueblo con estas palabras, JESUS entró en Cafarnaúm.
Había allí un capitán que tenía un sirviente que estaba muy enfermo y al que quería mucho, y que estaba a punto de morir. Habiendo oído hablar a JESUS, le envió a algunos Judíos importantes para rogarle que viniera a salvar a su sirviente. Llegaron donde JESUS y le rogaron insistentemente, diciéndole: Este hombre se merece que le hagas un favor, pues ama a nuestro pueblo y nos ha construido una sinagoga.
JESUS se puso en camino con ellos. No estaban lejos ya de la casa cuando el capitán envió a unos amigos para que le dijeran: SEÑOR, no te molestes, pues ¿Quién soy yo, para que entres bajo mi techo? Por eso no me atreví a ir personalmente donde Ti. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Yo mismo, de que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le ordeno a uno: Vete, va; y si le digo a otro ven; viene; y si digo a mi sirviente: Haz esto; lo hace.
Al oír estas palabras, JESUS quedó admirado, y volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: “Les aseguro que ni siquiera en Israel he hallado una fe tan grande”
Y cuando los enviados regresaron a casa, encontraron al sirviente totalmente restablecido.
Palabra del Señor.

Comentario

El centurión, hombre que tiene subordinados, sabe lo que es una voz de mando. Y desde esta experiencia tan humana y cotidiana, toma la dimensión del poder de la voz y la palabra de Jesús. Le basta con que Jesús hable. Sabe que si Jesús pronuncia su palabra poderosa, todo mal será expulsado y volverá la salud. Con esto manifiesta su inmensa fe.


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