jueves, 12 de mayo de 2016

Heb 4, 16

Vayamos confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Aleluya.

Evangelio     Jn 17, 20-26

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: “Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.
Palabra del Señor.

Comentario

“Un día estaba allí con mis compañeras y, abriendo el pequeño libro, leímos: ‘Padre, que todos sean uno’ (cf. Jn 17, 21). Fue la oración de Jesús antes de morir. Por su presencia entre nosotras y por un don de su Espíritu, me pareció comprender algo de esas palabras difíciles y fuertes, y nació en mi corazón la convicción de que habíamos nacido para esa página del Evangelio: para la unidad, es decir para contribuir a la unidad de los hombres con Dios y entre sí”(Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares).

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