martes, 29 de diciembre de 2015

Lucas 2; 22 – 35

Así mismo cuando llego el día en que, de acuerdo a la ley de Moisés, debían cumplir con el rito de la purificación, llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo al SEÑOR, tal como esta escrito en la ley del SEÑOR: “Todo varón primogénito será consagrado al SEÑOR” también ofrecieron el sacrificio que ordena la ley del SEÑOR, una pareja de tórtola o dos pichones.
Había entonces en Jerusalén un hombre muy piadoso y cumplidor a los ojos de DIOS, llamado Simeón. Este hombre esperaba el día en que DIOS atendiera a Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no moriría antes de haber visto al Mesías del SEÑOR. El espíritu también lo llevo en aquel momento al templo.
Como los padres traían al Niño JESUS para cumplir con los que dicta la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a DIOS con estas palabras:
Ahora, SEÑOR, ya puedes dejar que tu servidor muera en paz, como le has dicho, porque mis ojos han visto a tu salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos, luz que se revelará a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que se decía del niño, Simeón los bendijo y le dijo a María su madre: Mira, este niño traerá a Israel caída o resurrección.  Será una señal de contradicción, mientras a ti misma una espada  te atravesara el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres.
Palabra del Señor.

Comentario


Como Simeón, podemos decir que nuestros “ojos han visto la salvación”. No hemos tenido al niño Jesús en brazos como él, pero sí hemos experimentado la cercanía de Jesús a lo largo de nuestra vida. Él ha venido a traer luz y salvación, y nos promete participar en su gloria. Él ha cumplido los anhelos de nuestro corazón.

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