lunes, 18 de septiembre de 2017

Lucas 7; 1 – 10

JESUS entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de JESUS, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a ver a su servidor. Cuando estuvieron cerca de JESUS, le suplicaron con insistencia, diciéndole: Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido una Sinagoga. JESUS fue con ellos, y cuando estaba ceca de la casa, el centurión le mando decir por unos amigos: SEÑOR, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me considere digno de ir a verte en personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo, que soy un oficial sub alterno, pero tengo soldados a mis ordenes, cuando digo a uno: Ve, él va; y a otro: ven, y él viene; y cuando digo a mi sirviente: ¡tienes que hacer esto! Él lo hace, al oír estas palabras, JESUS se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía les dijo: “YO les aseguro que ni en Israel he encontrado tanta fe.” Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Palabra del Señor.

Comentario


Este hombre, representante del imperio, pero, sin dudas, querido por la comunidad debido a sus gestos de solidaridad, reconoce que sobre él hay un poder mayor. Y coherente con lo que dice, se somete a él. Esta es la razón por la que es alabado por Jesús, que reconoce que el soldado ha dado un gran paso en su vida con este comportamiento humilde.

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