lunes, 12 de septiembre de 2016

Lucas 7; 1 – 10

JESUS entro en Cafarnaúm, había allí un capitan Romano que tenía un sirviente que estaba muy enfermo al que quería mucho, y que estaba a punto de morir. Habiendo oído hablar de JESUS, le envió algunos Judíos importantes para que viniera y salvara a su siervo. Llegaron donde JESUS y le preguntaron insistentemente, diciéndole: Este hombre se merece que le hagas un favor, pues ama a nuestro pueblo y  nos ha construido una Sinagoga.
JESUS se puso en camino con ellos, No estaban lejos de la casa cuando el capitán envió a unos amigos para que le dijeran: SEÑOR, no te molestes, pues, ¿Quién soy yo, para que entres bajo mi techo?  Por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente donde ti. Basta que tu digas una palabra y mi sirviente se salvará. Yo mismo, a pesar de que soy un subalterno, tengo soldados a mis ordenes, y  cuando ordeno a uno: Vete, va; y si le digo a otro: ven; viene, y si digo a mi sirviente: Haz esto; lo hace.
Al oír estas palabras, JESUS quedo admirado, y volviendo hacia la gente que lo seguía, dijo: “Les aseguro que ni siquiera en Israel he hallado una fe tan grande.”
Y cuando los enviados regresaron a casa, encontraron al sirviente totalmente restablecido.
Palabra del Señor.

Comentario

La misericordia de Jesús no tiene límites, porque no hay fronteras para el amor solidario hacia el que sufre. Recordemos que el hombre que pide es un soldado, un hombre con poder sobre otros, pero sobre todo un símbolo de la ocupación romana en el pueblo de Dios. Para Jesús eso no importa. Se trata de un hombre, un hijo de Dios, que busca librar de la muerte a un sirviente.


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